VULNERABLE
Él era un chico duro, nunca se sentía afectado por nada, miraba con compasión los resquicios de debilidad de los otros, escuchaba indulgente las palabras que los volvían pequeños, caminaba por la ciudad seguro de sí mismo, sin necesidad de volver la cabeza a su paso por los escaparates para observar su figura en movimiento porque con su actitud altiva ya tenía bastante. Él jugaba a que quería, mentía al decir que nunca mentía, daba a los demás lo que querían ver a pesar de que era lo mismo que le echaban en cara, ofrecía distancia y frío y sabía dosificar ciertos golpes de cariño para tener a los cachorros lamiéndole los pies. Él sonreía sin inocencia, miraba por encima del hombro, se reía por dentro y no ocultaba su descaro a la hora de dar a las almas en pena su peor visión de ellos mismos, de tal manera que él crecía y crecía y ellos se hacían cada vez más pequeños, liliputienses admiradores de la figura del gigante al que ellos mismos daban fuerzas para poseerles sin ser conscientes.
Un día de primavera, el gigante dueño del mundo, capaz de seducir con cantos de sirena y mirada de actor de cine negro a cualquier rey del mundo, miró desde lo lejos a un muchacho humilde, un chico normal y corriente del que sólo destacaba una peculiar sonrisa que le recordaba a Gael García Bernal y un sentido del humor básico y muy ocurrente. Pretendió que ese alguien fuera una víctima más, un nuevo cordero al que arrancar la piel para coserse un nuevo abrigo que lo protegiese del mundo. Se dejó adorar, se dejó querer y haciendo creer que creía que quería acabó queriendo, acabó sintiéndose embelesado por su pequeña boca y sus sobresalientes colmillos, por sus extrañas manos y su figura compacta y dulce y, sin darse cuenta, el calor le poselló a la vez que el miedo y las capas caían una tras otra sin poder evitarlo y cada vez que sonaba su politono del teléfono corría a descolgarlo y cada vez que se hacía presente temblaba. Y se descrubrío a sí mismo fijándose en los escaparates y pensando que estaba gordo y cruzándose con chicos de los que se sentía inferior y agachando la cabeza a su paso para mirar los pies que le llevaban dubitativo sin rumbo fijo.
El rey fue destronado por aquel joven pastor y éste sólo le dijo: anda, no seas tonto, ven al sur.
Un día de primavera, el gigante dueño del mundo, capaz de seducir con cantos de sirena y mirada de actor de cine negro a cualquier rey del mundo, miró desde lo lejos a un muchacho humilde, un chico normal y corriente del que sólo destacaba una peculiar sonrisa que le recordaba a Gael García Bernal y un sentido del humor básico y muy ocurrente. Pretendió que ese alguien fuera una víctima más, un nuevo cordero al que arrancar la piel para coserse un nuevo abrigo que lo protegiese del mundo. Se dejó adorar, se dejó querer y haciendo creer que creía que quería acabó queriendo, acabó sintiéndose embelesado por su pequeña boca y sus sobresalientes colmillos, por sus extrañas manos y su figura compacta y dulce y, sin darse cuenta, el calor le poselló a la vez que el miedo y las capas caían una tras otra sin poder evitarlo y cada vez que sonaba su politono del teléfono corría a descolgarlo y cada vez que se hacía presente temblaba. Y se descrubrío a sí mismo fijándose en los escaparates y pensando que estaba gordo y cruzándose con chicos de los que se sentía inferior y agachando la cabeza a su paso para mirar los pies que le llevaban dubitativo sin rumbo fijo.
El rey fue destronado por aquel joven pastor y éste sólo le dijo: anda, no seas tonto, ven al sur.
1 Comments:
¿El cordero se comió al lobo? no doy crédito... como va cambiando todo. Vaya! a ver si encuentro yo un cordero para que me coma el lobo ;D jajaja
besitos... y recuerda lo que decía la diva itálica: para hacer bien el amor hay que venir al sur...
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