20 septiembre 2008

París, jueves 4 de septiembre de 2008

Después del cansancio incesante de ayer, de recorrer los Campos Elíseos, de mirar embobado el escaparate de Louis Vuitton, de confirmar que el parisino es el hombre más bello del mundo y que Saint Germen des Pres es el paraíso. Después de conocer a Sasha, el chico de Esther, de tomar un Cafe Creme en Saint Michel, de descansar un rato en la casa de Cuba a oscuras, de sentir el agua caliente en mis doloridas piernas, de cenar un entrecote maravilloso y sentir el frío parisino. Después de retornar solo en metro y no sentirme extraño ni asustado. Después de todo eso y de un sueño profundo, hoy me he despertado siendo parte de esta ciudad. El primer café y el primer cigarrillo de paz
En este momento me encuentro sentado al pie de la Torre Eiffel rodeado de turistas que hacen fotos. Me alegro de haber pagado los 7'80 euros que cuesta subir a la segunda planta y los 8 del Croque Monsieur y la Coca-cola light. Ver París desde esa altura es un espectáculo exclusivo para los ojos, ni fotos ni videos son capaces de reflejar la grandiosidad de esta ciudad, su maravilloso cielo, su aire frío, su señorío. Subido a la torre, solo, me siento grande y poderoso y aquí compruebo que el hombre es un ser maravilloso capaz de dar forma a un paraíso artificial sin igual. Sin duda, ésta es la ciudad más bella del mundo.