MI HIJO

Mi hijo duerme agobiado por el calor y en su sueño se ve que es pequeño. No lo concebí, no le di a luz, no le puse nombre y ni siquiera apellido, no le vi crecer ni dar sus primeros pasos, no estuve presente en sus primeras caídas ni en sus primeras remontadas, ni pude espiar sus primeros amores. De repente me levanto, me acerco al sofá y le acaricio el pelo, observo como sus enormes ojos están cerrados y siento unas ganas tremendas de saber que esconden sus sueños. Mi hijo tiene unos pies enormes, unas piernas finas, una energía desbordante y una belleza de esa que duele al mirarla (en eso evidentemente no ha salido al padre) y que esconde de forma irremediable la torpeza que guardan sus manos.

Mi hijo nació en mi mundo un 3 de octubre de 2007, lo trajo una cigüeña de hierro cargado de pesadas bolsas repletas de trozos de vida que empezaba a ser pasada, vino hacia mi con los brazos abiertos y con minnie en el pecho y en ese mismo instante supe que iba a ser mi hijo para siempre, que lo tendría que querer en lo bueno y en lo malo, como se debe querer a un hijo adolescente que empieza a descubrir, que se cree que sabe más de lo que sabe, que desprende una soberbia y un orgullo que al tocar la tecla justa se derrumban, que no sabe aún que todo tiene límites, que quiere sin demostrar y demuestra sin querer.

Mi hijo se irá en breve, como debe ser, me dejará en nuestro castillo, porque los hijos adolescentes tienen que ver mundo y tienen que verlo solos. Dejaré de escucharle cantando en la ducha y de reñirle porque me roba la ropa, dejará de ocupar compulsivamente el teclado que ahora pulso y de escuchar de forma repetitiva la misma canción triste. Me dejará algo más sólo pero como todo hijo que se marcha volverá, espero que antes de navidad, y para ese momento, pongo a dios por testigo, que el dvd estará arreglado, que la ropa estará en su sitio y que seguiré siendo el padre, que de forma sútil necesita en Madrid.