10 abril 2006

RESACA

Ayer me desperté con una resaca de la muerte, de esas que hacen historia. Hacía al menos dos meses que no salía por la noche pero el sábado Esther y yo nos habíamos quedado solos en Madrid, así que nos dijimos vamos a ponernos guapos y tomarnos unas copichuelas. Ella estaba preciosa, yo hice lo que pude. Con un ánimo de esos que hacen escuela y una temperatura perfecta en la noche madrileña nos plantamos en el Sunrise, un bar de Chueca lleno de chicos guapos. La música perfecta, nuestro espíritu también. Comenzamos hablando de nuestras situaciones personales, Esther de su reciente ex, yo de mi reciente actual, los dos teníamos sensación de ausencia pero había que sobreponerse a la adversidad, nos habíamos propuesto bebernos la noche madrileña. Y como siempre me pasa últimamente empezaron a caer los conocidos desconocidos con cuenta gotas. Risas, risas, risas... Yo me sentí bien, comprobé que me hacían ojitos algunos niños bien monos. Esther se sintió bien, el chico más luminoso de todo el lugar se le quedó mirando con una sonrisa de oreja a oreja y le dijo que era muy guapa. Nuestra sensación de libertad crecía al mismo ritmo que el nivel de alcohol en sangre. Saludé a Jorge, ese bien queda que se ve obligado a saludarme cuando lo que le apetece en el fondo es salir corriendo. Nos escondimos de Gustavo, ese pobre quiero y no puedo.

Nos fuimos al Ohm. Adoro ese lugar aunque el garrafón te cuesta 8 euros en cada dósis de tuvo. Qué más da cuando uno tiene el ánimo bonito. Más conocidos desconocidos. Chema, ese viejo prematuro que se empeña en disimularlo, Jesús, ese cordobés rubio de cara sorprendida, Fernando, aquel que desapareció. Risas, risas, risas...


Cuando nuestros espíritus empezaron a flaquear llegó la hora de marcharnos. Con una sonrisa de oreja a oreja y con la convicción del trabajo bien hecho recorrimos a patita las calles de Madrid en continuo bamboleo (qué difícil es encontrar un taxi en esta ciudad un sábado por la noche). Cuando llegué a casa me comí todo lo que encontré y me metí en la cama.

Ayer me levanté fatal, me dolían hasta las pestañas. Pero qué importa, esa noche con Esther había sido muy feliz. Bienvenida sea la resaca cuando es símbolo de que estás vivo.